Cómo Los Estados Del Golfo Pusieron Fin Al Control De Irán Sobre Siria

Mar 12, 2025
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La caída inesperada de Assad y el colapso de la influencia de Irán han creado un vacío de poder volátil en Oriente Medio, obligando a los Estados del Golfo a entrar en una carrera contrarreloj para llenar este vacío. Con Siria fragmentada y actores rivales como Turquía e Irán reposicionándose para ganar influencia, los líderes del Golfo tomaron medidas rápidas y decisivas.

El objetivo de los Estados del Golfo es desmantelar el punto de apoyo de Irán en Siria, apoyando a las fuerzas opositoras capaces de interrumpir las líneas de suministro y la presencia militar de Teherán.

La razón por la que los Estados del Golfo querían lograr este objetivo es que consideraban a Irán una amenaza directa para su seguridad e influencia regional. Eliminar a Assad, el principal aliado de Teherán, era clave para desmantelar la presencia de Irán en Siria y frenar su capacidad de proyectar poder en toda la región, cortando el corredor terrestre que se extendía desde Teherán hasta el Mediterráneo, lo que permitía a Irán armar al Hezbolá y expandir su influencia regional. Más allá de Siria, limitar la influencia de Irán también era crucial para garantizar que Teherán no pudiera consolidar su poder en varios frentes, particularmente en Líbano e Irak.

Para alcanzar este objetivo, los Estados del Golfo proporcionaron apoyo financiero y militar a diversas facciones rebeldes sirias.

Qatar desempeñó un papel clave financiando grupos como Ahrar al-Sham y, de forma indirecta, Hay’at Tahrir al-Sham, mientras que Arabia Saudita respaldó a Jaish al-Islam, particularmente en la región de Damasco. Estas facciones recibieron armas, apoyo logístico y financiamiento, lo que les permitió desafiar a las fuerzas de Assad y ganar control territorial. Más allá de la ayuda militar directa, los Estados del Golfo también trabajaron a través de canales diplomáticos, presionando a los gobiernos occidentales para que reconocieran a la oposición e impusieran sanciones más severas al régimen sirio.

Los esfuerzos liderados por Arabia Saudita intentaron unificar a la oposición en el exilio para crear un frente político cohesivo contra Assad. Sin embargo, las divisiones ideológicas, la competencia por recursos y la interferencia externa fragmentaron a la oposición, impidiendo que esta presentara un desafío unificado.

Como resultado de estas acciones, grandes partes de Siria cayeron bajo control de la oposición, con los rebeldes respaldados por los Estados del Golfo logrando avances significativos en Alepo, Idlib y Damasco.

Sin embargo, la falta de cohesión entre los grupos opositores, sumada a la intervención militar directa de Rusia e Irán, dio lugar a un conflicto prolongado en el que las fuerzas opositoras mantuvieron el control de zonas clave, pero carecían de la capacidad para asegurar una victoria total.

El punto de inflexión llegó cuando el régimen de Assad colapsó tras una ofensiva rápida de las fuerzas opositoras, aprovechando la distracción de Rusia y el agotamiento militar debido a la guerra en Ucrania. La caída de Damasco hizo pedazos la influencia de Irán en Siria, eliminando a su principal aliado regional y interrumpiendo sus redes de suministro militar. Sin embargo, este repentino vacío de poder introdujo nuevas incertidumbres.

Sin una autoridad centralizada, Siria se fragmentó en territorios controlados por diversas facciones, cada una con ambiciones propias. Los Estados del Golfo vieron una oportunidad para influir en la reconstrucción y el gobierno de Siria, pero también enfrentaron nuevas limitaciones. La ausencia de un gobierno central estable aumentó el riesgo de inestabilidad prolongada, y actores regionales como Turquía e Irán buscaron afirmar su propia influencia sobre el futuro de Siria. Además, la falta de consenso internacional sobre la trayectoria post-Assad de Siria dejó espacio para luchas de poder competitivas que podrían socavar los esfuerzos respaldados por el Golfo para estabilizar el país.

Con la nueva realidad en Siria, los Estados del Golfo cambiaron su enfoque para centrarse en asegurar una influencia política y económica a largo plazo. Para aprovechar la oportunidad presentada por la caída de Assad, se embarcaron en esfuerzos diplomáticos para estabilizar las zonas controladas por la oposición, proporcionando asistencia financiera a las administraciones locales y presionando por la reintegración de Siria en instituciones regionales como la Liga Árabe. Los Emiratos Árabes Unidos lideraron los esfuerzos de normalización, trabajando para establecer relaciones formales con los centros de poder emergentes en Siria mientras equilibraban la influencia iraní. Arabia Saudita, por su parte, buscó frenar el resurgimiento de grupos extremistas al apoyar facciones moderadas capaces de proporcionar gobernanza y seguridad.

Sin embargo, estos esfuerzos se vieron obstaculizados por las sanciones estadounidenses a Siria, que limitaron las oportunidades de reconstrucción y dificultaron la plena integración de Siria en la estrategia regional del Golfo. Al mismo tiempo, Irán se adaptó a la nueva situación fortaleciendo sus vínculos con actores no estatales y ampliando su presencia en Irak y Líbano, asegurando que su influencia en la región no se viera totalmente disminuida.

En última instancia, la intervención de los Estados del Golfo en Siria logró su objetivo principal de interrumpir el dominio de Irán, pero su éxito a largo plazo sigue siendo incierto. La caída del régimen de Assad creó nuevas oportunidades para la influencia del Golfo, pero el panorama político fragmentado y los intereses regionales en competencia suponen desafíos significativos. Los Estados del Golfo deberán ahora navegar por complejas dinámicas de poder, equilibrar su participación con las limitaciones internacionales y garantizar que Siria no se convierta nuevamente en un campo de batalla para rivalidades externas.

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