Desde que Rusia fue expulsada de sus bases militares en Siria, ha estado luchando por mantener su influencia en el Medio Oriente.

A medida que aumentan las tensiones entre Israel e Irán, Moscú se ve obligado a redefinir su estrategia como mediador clave en los conflictos regionales para evitar más reveses geopolíticos, al tiempo que preserva su posición en la región y contrarresta la influencia occidental.
El objetivo de Rusia es posicionarse como un actor diplomático central entre Israel e Irán, utilizando su poder militar para mantener su influencia. Al navegar entre ambas partes, Moscú busca reforzar su importancia regional, equilibrar la hegemonía occidental y proteger sus intereses de seguridad sin entrar en una confrontación directa.

La razón por la cual Rusia quiere lograr este objetivo es que mantener un punto de apoyo en el Medio Oriente es esencial para sus ambiciones estratégicas. Moscú desempeñó un papel crítico en la dinámica de seguridad regional, utilizando sus bases militares para influir en los conflictos y mantener su presencia.

Si pierde este rol, Rusia corre el riesgo de ver reducida su capacidad de moldear los conflictos en la región, lo que convierte la mediación en la crisis entre Israel e Irán en un medio vital para conservar su relevancia. Además, estabilizar la región es crucial para proteger los intereses rusos y contrarrestar la amenaza a su influencia. También permite a Rusia resistir su creciente aislamiento diplomático de Occidente.

Para lograr este objetivo, Moscú ha priorizado maniobras militares y estratégicas, aprovechando su presencia en la región, acuerdos armamentísticos con Teherán y la cooperación con socios regionales como Egipto y los Emiratos Árabes Unidos para reforzar su influencia. Además, ha hecho llamados públicos a la desescalada en las Naciones Unidas mientras mantiene lazos con Israel e Irán. Al posicionarse como un negociador necesario, Rusia busca preservar su estatus como un actor clave en la resolución de conflictos.

Como resultado de estas acciones, Rusia ha mantenido relaciones diplomáticas con Israel e Irán mientras evitaba una implicación directa en su conflicto. Sin embargo, el escepticismo de Israel ha aumentado debido a la postura ambigua de Moscú sobre las actividades militares iraníes, mientras que Irán también ha expresado dudas sobre la disposición de Rusia a desactivar sus defensas aéreas para facilitar los ataques israelíes en Siria.

En consecuencia, el intento de Rusia de equilibrar ambas partes ha comenzado a volverse en su contra, generando desconfianza tanto en Israel como en Irán. Ninguna de las partes ve a Moscú como un socio confiable, lo que aumenta la presión para expulsar a Rusia de la región. Al mismo tiempo, las naciones occidentales han seguido presionando a Rusia por su participación en asuntos de seguridad regional, complicando aún más su estrategia de equilibrio.

Después de que Siria expulsara a Rusia de sus principales bases militares, Moscú perdió su papel como árbitro regional, debilitando su influencia diplomática. Sin una presencia militar directa, Rusia ya no podía imponer su posición, dejando un vacío de poder.

Israel, libre de la interferencia rusa, intensificó sus ataques aéreos contra objetivos vinculados a Irán en Siria.

Al mismo tiempo, Irán, al percibir la incapacidad de Rusia para reforzar a sus aliados y dictarle los términos del enfrentamiento, se volvió más audaz en la persecución de sus ambiciones regionales. Este cambio permitió que tanto Israel como Irán se enfrentaran directamente en Siria, con Israel intensificando los ataques sin temor a represalias rusas.


A medida que Irán expandió su presencia, la postura de Rusia como mediador confiable se desmoronó e Israel tuvo menos incentivos para negociar diplomáticamente.

Debilitada por los cambios repentinos en el equilibrio de poder regional, Rusia lucha por mantener su influencia en Siria tras perder sus bases militares. Para rescatar su papel menguante, está presionando al nuevo gobierno sirio para que le conceda acceso limitado a sus antiguas bases, ofreciendo incentivos económicos y militares. Sin embargo, este esfuerzo se ve obstaculizado por la pérdida de influencia de Rusia, ya que Siria ahora busca cada vez más apoyo en otras potencias. Al carecer de control directo sobre sitios clave, Moscú depende de operaciones encubiertas y contratistas militares privados para mantener su influencia, pero sigue siendo incapaz de contrarrestar las acciones de Israel o frenar la expansión iraní. A medida que aumentan las hostilidades entre Israel e Irán, la credibilidad militar de Rusia se erosiona aún más.

En un intento desesperado, ha profundizado sus lazos con Irán, arriesgándose a una dependencia excesiva de las ambiciones regionales de Teherán. Al mismo tiempo, Rusia está buscando la cooperación de Egipto y los Emiratos Árabes Unidos para asegurar rutas logísticas, pero su incapacidad para mantener estas asociaciones debilita aún más su posición como mediador en el conflicto entre Israel e Irán. Si estas alianzas fracasan, Rusia corre el riesgo de empujar a los actores regionales más cerca de la OTAN, lo que aumentaría su aislamiento. Este aislamiento reduce la capacidad de Rusia para influir tanto en Israel como en Irán, dejando un vacío donde Moscú antes desempeñaba un papel de equilibrio.

En general, la expulsión de Rusia de Siria la ha obligado a una delicada revisión geopolítica, dependiendo más de la diplomacia que de la presencia militar para mantener su influencia. Aunque sigue siendo un actor regional importante por el momento, su capacidad para mediar de manera efectiva se ve cada vez más desafiada por el cambio de alianzas y las contramedidas occidentales. Si Moscú no logra asegurar un punto de apoyo duradero en el conflicto en evolución, corre el riesgo de perder su control estratégico en el Medio Oriente, debilitando aún más su posición global.

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